viernes, enero 16, 2015

Soñador

por Luciano Doti

Cuando dejó el retrato sobre la mesa, aún no lo podía creer. Ese hombre, que se le aparecía en sueños a tanta gente, era el protagonista de muchas de sus pesadillas. 
La psiquiatra le informó que estaba en estudio el porqué de tal cosa, aunque a decir verdad, la comunidad científica no tenía nada que aportar, hasta ahí los estudios habían sido infructuosos. Le quedaba el esoterismo como fuente del saber; pero a la facultativa no le diría nada, si no le lanzaría una perorata sobre lo que ella consideraba delirios místicos. 
Ahora sabía que él era uno más de un grupo de soñadores que soñaban con un hombre moreno de cejas pobladas, portador de un mensaje que iba revelando a cuentagotas. Pero no sería uno más a la hora de averiguar quién era y de dónde provenía. Estaba cerca de poder leer el Ars Vivendi, libro que incluía buena parte de las artes oscuras del renacimiento tardío y que había llegado a sus manos por lo que él consideraba “causalidades del destino”. Para poder leerlo necesitaba conocer el orden en que cada página tenía que ser leída; de lo contrario, si lo leyera de corrido, el libro ardería en llamas, ya que algunas de ellas estaban impregnadas con pólvora por una técnica de sellado utilizada en la época renacentista. 
En una de las noches siguientes, volvió a soñar con el misterioso hombre, y fue objeto de un fenómeno de clariaudiencia. Oyó una serie de números que, ni bien despertó, anotó en una libreta; era el orden en que debían abrirse las páginas del libro. 
Abrió la primera página sugerida y pudo leerla sin problemas; sin embargo, aún era poco y nada lo revelado. Con la segunda, el libro comenzó a arder.

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jueves, enero 01, 2015

Ese nombre

por Luciano Doti

Era un día muy raro. Los hechos sucedían de un modo diferente a lo habitual. Ignoraba en qué hora transcurría mi existencia. Me sentía extraño, como habitando un no lugar en un espacio indefinido.
Llegué a casa y la hallé desierta. Sobre la mesa del comedor encontré unos papeles; daba la sensación de que habían buscado algo con apuro, para salir raudamente.
Sonó el teléfono y lo atendí. Preguntaban dónde era el velatorio de Gustavo. Respondí que no sabía, indiferente. Pero ese nombre...
Decidí ir al bar por unos tragos. En el camino pasé por la sala velatoria del barrio; en la puerta había alguna gente conocida. Cambié de planes y entré.
Ingresé cual ser invisible. Absortos en su dolor, nadie pareció percatarse de mi presencia. Me introduje en el sector donde estaba ubicado el féretro. Observé ante mí a un joven demacrado de rostro tan familiar que se me antojó que en un espejo me contemplaba a mí mismo. Hice fuerza para despertar creyendo todo eso parte de una pesadilla, pero no lo era. Estoy tan seguro de eso como de que en el estadío que llamamos vida mi nombre era Gustavo.
 
Publicado en las revistas miNatura nº 137 y La Esfera Cultural, 2014. 
Leído en el programa radial La Voz Silenciosa, 2014.

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