martes, abril 24, 2012


La cautiva de dos mundos

Luciano Doti

Al atardecer el viento comenzó a soplar con fuerza. El aire frío del oeste corría ligeramente sobre la pampa, trayendo alivio a las personas que durante todo el día habían padecido el sol abrasador del verano. De uno y otro lado de la frontera, el descenso de la temperatura era bienvenido. Mientras tanto, las hojas de los ombúes se mecían alegremente.
-Viene una tormenta -dijo el cacique, que hablaba el español de manera más o menos comprensible.
María del Carmen asintió con un gesto, pero no pronunció palabra. Pensaba en el mundo que había dejado, si alguna vez volvería a vivir en él. Aunque al mismo tiempo, ya se acostumbraba a la vida en el desierto. A decir verdad, los indios la trataban bien. Es cierto que cuando llegó allí la obligaron a compartir el lecho con el cacique, convertirse en una de sus esposas a la fuerza. Pero no era menos cierto que gozaba en ese lugar de más libertades que en el pueblo de Azul. Además, en caso de regresar a la civilización, ¿cómo la recibirían? Murmurarían por lo bajo acerca de su convivencia con los indios, harían toda clase de comentarios sobre su reputación, y la mayoría dudaría antes de aceptarla nuevamente en sociedad. Claro que tenía la opción de mudarse a otro pueblo. Pero también podía quedarse en el desierto. Analizaba todo esto al mismo tiempo que contemplaba la puesta del sol, a la hora en que todos los días salía de la toldería que utilizaba como recámara. Durante el día jamás se exponía a la luz natural en forma directa. Continuaba aún con la costumbre de mantener su piel blanca inmaculada, vírgen de cualquier contacto con Febo.
En la campaña, los soldados criollos tomaron también conocimiento de la tormenta que se aproximaba, y decidieron aplazar la embestida contra la toldería de los ranqueles. Esa noche no habría acción. Después de todo, las cautivas llevaban tantos meses prisioneras, que un día más no haría muy diferente su situación.
Al amanecer del día siguiente, los soldados fueron informados de que iniciarían el ataque contra los indios. Los gauchos se apertrecharon y formaron las columnas que tácticamente habían sido dispuestas por el coronel. Al frente el batallón de negros y pardos, munidos de lanzas; en una segunda hilera los soldados de mayor rango, ellos si portando armas de fuego; los oficiales en la retaguardia indicándole a los cañoneros el momento más conveniente para efectuar disparos. Los primeros en caer fueron los negros y pardos de un lado, y los indios del otro. Luego, los que venían detrás incendiaron los toldos; las cautivas salieron afuera, asustadas por la situación de peligro pero felices de ser rescatadas. A los pocos indios que quedaron con vida se los tomó prisioneros. Entre las cautivas faltaba una: María del Carmen. Podría haber salido junto a las otras, sin embargo prefirió no hacerlo.
Consciente de que ya no habría lugar para ella en la civilización, soportó estóicamente las llamas ardientes, y obtuvo la ansiada libertad.

Publicado por primera vez en la revista Palabras Diversas n·34.

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