sábado, marzo 23, 2013

El pedido

por Luciano Doti y otros

Primera parte
Ludwig Boldov

Suena el despertador. ¿O no sonó todavía?
Abro un ojo y en mi atestada mesita de luz rastreo, busco a tientas el reloj.
Primero cae la billetera, luego el control remoto. La tapa y las pilas salen volando para todos lados.
Logro dar con el reloj y veo que todavía es temprano. En ese momento noto que estoy solo en la cama, pero no le doy importancia. Habrá ido al baño y estará por volver. Involuntariamente caigo otra vez en un sueño profundo, para despertarme sobresaltado. ¿Que hora es? Con el reloj todavía en la mano me fijo: 10:30.
Ahora sí que sonó el despertador y yo no lo escuché. Me levanto de un salto y me visto rápidamente para ir a trabajar. Pero con la corbata a medio anudar me doy cuenta de que es domingo y, más raro aún, estoy solo en casa. Ni mi mujer, ni mis dos hijos, ni siquiera el perro. Oigo los pájaros afuera en el jardín. Algún colectivo a la distancia y nada más.
Voy al comedor y arriba de la mesa me encuentro con un paquete y un papel que dice:
"Salí con los chicos a dar una vuelta y me llevé a Pipo. Volvemos al mediodía. Por favor, llevame este paquete a Carlos Sanabria 4728 2° J antes de las doce. Dejáselo a Cacho. Besos."

Segunda parte
Luciano Doti

Apenas tengo tiempo de tomar un café antes de salir raudamente hacia ese departamento de la calle Sanabria. Mientras camino hasta la parada del colectivo me pregunto quién será ese tal Cacho. Tiene apodo de tipo de barrio; no debe ser muy sofisticado. Pero seguro tiene mucho chamuyo y se cree un galán. ¿Qué tendrá que ver él con mi mujer?
Debo admitir que estoy celoso, y no es para menos: no todos los días te despertás con un mensaje de tu esposa que dice “llevale este paquete a Cacho”. ¿Tendrán una aventura? ¡Y yo laburando para pagar la hipoteca y la escuela de los chicos! ¡Y pensar que para hacer frente a esos gastos tuve que resignar el auto! Sí, por eso ahora mismo estoy caminando hasta la parada del colectivo.
Ya estoy en la parada. El colectivo no viene, tarda más que de costumbre. Claro, es domingo, la frecuencia se alarga los días feriados, y el anterior pasó justo cuando me desperté; lo había escuchado a la distancia. Sigo dándome manija con ese Cacho y mi mujer hasta que por fin viene el colectivo y me rescata un poco de ese pensamiento que taladra mi cabeza.
En el colectivo empiezo a mirar otras mujeres; en realidad es algo que hago siempre, pero ahora las miro de otra manera. Siempre las miro simplemente para recrear mi vista en su belleza, pero hoy las veo con más deseo, con la expectativa de tener algo con ellas. El solo hecho de imaginar que mi mujer pudiera estar teniendo una aventura me hace desear lo mismo, saborear la venganza.
Al llegar a la zona donde está emplazado el departamento de ese tal Cacho, bajo del colectivo y busco el edificio. Llego a la entrada, toco el portero eléctrico y, para mi sorpresa, atiende una voz femenina. Le informo el motivo de mi visita y ella me dice que ya baja a recibir el paquete. Mientras tanto, me quedo pensando en ella y en su voz.
Aparece tras la puerta de vidrio; viste ropa de gimnasia ceñida al cuerpo, tiene buenas curvas, se nota que frecuenta algún gym.

Tercera parte
Ludmila Couceiro

Mientras baja la vista y abre la puerta, la mujer esboza una sonrisa de bienvenida.
-Hola… Jorge, encantado – le doy la mano cortésmente.
-Jorgelina… ¿qué coincidencia, no? ¡Ji ji ji ji! – ríe como una niña, mostrando todos sus dientes.
Jorgelina me hace acordar un poco a Marisa. Marisa, la profesora de letras; la de la risa fácil, la de la ira súbita, la de los eternos conflictos de identidad, la de las lágrimas a mares ante la muerte de un padre autoritario. La que confrontó a mi mujer en pos de “nuestra felicidad”. Por suerte Inés me había perdonado y Marisa había tenido la delicadeza de dejarse desvanecer discretamente. ¿Qué habrá sido de Marisa desde entonces? Había pasado tanto tiempo…
Jorgelina se aparta de la puerta del edificio para dejarme pasar y adopta una actitud algo avergonzada. – Me vas a tener que disculpar… te dije que el paquete lo iba a recibir yo, pero cuando estaba bajando me acordé de que Cacho me dijo que sólo él lo podía recibir. Tuvo que salir, pero no creo que tarde mucho en volver. ¿Querés pasar a esperarlo?
Recuerdo las palabras escritas por Inés: “Dejáselo a Cacho”. Qué cosa extraña… ¿qué tendrá este paquete? ¿Por qué ella nunca me comentó nada de esto? ¿Y era tan sólo una casualidad el hecho de que ella se hubiera olvidado el celular en casa antes de salir? Pero ya estoy acá, y las curvas de Jorgelina me invitan a pasar.
-Bueno, dale, si no te es mucha molestia…
-Para nada, adelante.
Subimos las escaleras hasta el segundo piso sin pronunciar palabra. Es un edificio de categoría, moderno y minimalista. El aromatizante de ambiente es un poco empalagoso. Jorgelina encaja la llave en la puerta del departamento J y entramos.
Es un semipiso totalmente alfombrado en el que reina el buen gusto. Se nota la mano sutil de un decorador de primera, que sin duda se puso loco de contento cuando le confiaron la tarea de embellecer el inmueble sin reparar en gastos.
Pasamos al living. Jorgelina me señala un sillón.
-Por favor, tomá asiento.
-Muchas gracias.
-¿Querés tomar algo? ¿Un café?
-Ehhh… sí, un café estaría bien, gracias… ¿Tardará mucho Cacho? Es que tengo algunas cosas que hacer y…
-¡No, no! Quedate tranquilo que ya debe estar a punto de llegar.
Jorgelina se dirige a la cocina y al ratito regresa con una taza humeante. Me la tiende y desaparece por el pasillo que seguramente conduce a las habitaciones.

* * * * * *

Despierto de súbito. El golpazo seco de una puerta cerrándose en el corredor del piso aún retumba en mis oídos. ¿Cómo pude quedarme dormido? Miro alrededor. Todo se ve igual en el 2º J. Jorgelina brilla por su ausencia, al igual que Cacho. La única diferencia está dada por un gato siamés enroscado en lo alto de un aparador. No lo había visto antes.
Miro la hora. ¿Las dos menos cuarto de la tarde? ¿Hace dos horas que estoy acá como un idiota y ni siquiera sé por qué ni para qué? Me pongo de pie y doy unos pasos vacilantes hacia la entrada del pasillo. Me detengo y escucho. Silencio total.
Comienzo a caminar lentamente cuando percibo un sonido diminuto a mis espaldas. Me doy vuelta con el corazón en la boca. El siamés saltó del aparador al piso y me mira inquisitivo. Reanudo la marcha. El gato me sigue.
Las puertas ubicadas a ambos costados del pasillo están abiertas. A medida que avanzo escruto de reojo, con cautela y disimulo, las diferentes habitaciones. A medida que avanzo carraspeo con suavidad para hacer notoria mi presencia. Y a cada paso espero chocarme de bruces con una Jorgelina en deshabillé.
Pero no, che. No hay nadie. Exasperado, suelto un bufido y empiezo a moverme libremente. Entro en todas las habitaciones buscando señales de Jorgelina, de Cacho, de algo que me indique qué carajo está pasando acá.

Cuarta parte
Marilú Cristián

Pero no encuentro nada. Parado en medio del suntuoso dormitorio en suite, sin saber qué pensar, decido irme. Evidentemente esta gente está loca. Ya la voy a agarrar a mi mujer y me va a tener que explicar quién es Cacho, qué tiene que ver con ella, y por sobre todo, qué hay en el famoso paquete. El paquete… ¡El paquete! ¿Dónde está el paquete? ¿Dónde lo dejé antes de sentarme en el sillón? ¿Se lo dí a Jorgelina? ¿Lo puse sobre la mesita ratona? ¿Lo mantuve en mi poder? Me estrujo los sesos, pero no logro acordarme. Recreo el aspecto del paquete y la sensación que esté me generaba. Una caja de cartón similar a una caja de zapatos pero más delgada. Cerrada firmemente con dos vueltas de cinta adhesiva ancha. Ninguna inscripción, etiqueta o calcomanía sobre la superficie. No era muy pesada, pero contenía algo sólido, algo posiblemente protegido con goma espuma o papel de diario: no hacía ruido al ser sacudida. Todo esto no me sirve de nada.
Me entran unas ganas apremiantes de salir corriendo de ese lugar, pero antes tengo que encontrar el paquete. El gato está sentado sobre la cama king-size. Parece estar oyendo cosas que yo no, pero no importa. Los animales son así. El paquete. ¿No era que sólo lo podía recibir Cacho? ¿A qué mierda están jugando?
Rápidamente vuelvo a la puerta de entrada del departamento y rehago los mismos movimientos que hice dos horas atrás. Pero no me revelan nada: entré acarreando el paquete y me senté en el sillón. Recuerdo a Jorgelina ofreciéndome café y asegurándome que Cacho llegaría de un momento a otro. Estaba rico el café; fuerte, profundo y caliente.
De repente noto que el gato ya no me sigue. Todavía debe estar en el dormitorio principal. Qué raro. ¿Por qué no me siguió esta vez? Algo indefinible me impulsa a volver. Tengo que constatar que aún se encuentra ahí. Una fracción de mi conciencia espera que no; que haya ido a la cocina o que haya vuelto a enroscarse arriba del aparador.
Alcanzo la habitación y meto la cabeza precipitadamente. Sí, el siamés continúa sobre la cama. Mira fijo hacia un rincón. Sigo su mirada, y allí, al pie del amplio placard, está el paquete. Abierto. Una sirena de alarma se dispara dentro de mi cabeza: salí de ahí, salí de ahí, salí de ahí. Pero no puedo evitarlo: me acerco al paquete, me arrodillo y lo examino. Las cintas adhesivas fueron cortadas con un cutter y los bollitos de papel que protegían el contenido fueron quitados con prisa, quedando desparramados por el piso. Ya no hay nada dentro de la caja.
Y todo ocurre a la vez. La puerta del placard se abre bruscamente y sale un tipo grandote, gordo, canoso, con la cara poceada por una varicela cruel. Empuña un revólver. De repente se me antoja que aquello que empuña podría caber perfectamente dentro de la caja. De repente recuerdo el manso perdón de mi mujer frente a mi imperdonable aventura con Marisa. Recuerdo haber pensado cuán impropio fue de ella, y lo pienso de nuevo. Sí, fue muy impropio.
El tipo me apunta con el revólver y aprieta el gatillo.

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Publicado por primera vez en la revista Qu n·2

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1 Comments:

Blogger Mi nombre es Mucha said...

Gracias por acordarte de mi
Tus escritos son unicos

8:55 p.m.  

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