miércoles, noviembre 28, 2012

Atenea

por Luciano Doti

A Atenea Helenaus

No soy de usar el chat de Facebook. Por lo general, entro a esa red social a publicar algún link y a echar un vistazo a las actualizaciones. Y si uno abre el chat, de la gran cantidad de contactos que se tienen, siempre habrá alguno que quiera parlotear en el espacio virtual, restando el tiempo necesario para lo demás. Pero esa noche, al igual que otras anteriores, me sentía con ánimo para chatear, aunque no con cualquiera. Quería hallar a una chica que se hacía llamar Atenea y la iba de vampiresa.
La lectura de su diario íntimo, publicado en uno de los blogs góticos que hay en la red, me había dejado embelesado, con su prosa invadiendo mi mente de manera recurrente una y otra vez. Desde mi primera aproximación a esos relatos, que combinaban vampirismo y erotismo, pasaba las noches a la espera de que la tal Atenea se dejara ver en la pantalla de mi computadora.
¡Y por fin! Apenas pasada la medianoche, Atenea, haciendo honor a su nombre, apareció cual diosa para convertir esa madrugada en un momento mágico para mí.

Tras las presentaciones de rigor, comenzamos a chatear, y la conversación fue, como no podía ser de otra manera, para el lado del vampirismo. Me preguntó si yo había conocido algún vampiro real. Le respondí la verdad, que no. Pero no obstante eso, cierta vez, un grupo de adolescentes habían creído que yo era un vampiro.
A Atenea le interesó la historia.

Resulta que en un foro, yo había publicado algunas cosas sobre vampirismo, cosas que a su vez yo había leído también en la red.
En ese foro había contado sobre un mito según el cual los vampiros vienen de los tiempos bíblicos del Génesis. No recordaba muy bien, pero tenía que ver con Lilith, la primera mujer de Adán, o con Caín, uno de los hijos de éste ya con Eva. De cómo los vampiros sí existían, aunque de un modo diferente a las historias tipo Drácula; no dormían en féretros, ni se morían por tomar un poco de sol.
El ritual que utilizaban era beberse la sangre recíprocamente, vampiro con pretendiente a serlo, siempre entre macho y hembra; o sea, vampiro con mujer o vampiresa con hombre. Ese ritual lo venían practicando desde hacía siglos, como una cadena interminable cuyo primer eslabón podía ser Lilith o Caín, ¿quién sabe?

Los adolescentes leyeron eso y me contactaron. Aparentemente, pensaban que yo era uno de los iniciados, y querían que los inicie a ellos, más precisamente a una de ellos.
Pero evadí tal posibilidad. Un poco por no meterme en problemas con menores, lo último que deseaba era ser acusado de corrupción de menores, y otro poco porque no quería mentir. Así que, les respondí que lo que sabía lo había leído en la red, y final de la historia.

Final de esa historia, pero no de la historia que estaba comenzando con Atenea.
Ella me propuso vernos en algún lugar. Un bar de San Telmo sugirió, y yo acepté.
Allí nos encontramos la noche siguiente. Pedimos una botella de vino.
En un momento, yo fui al baño; cuento eso porque tendría importancia en el desenlace.
Al volver del baño, terminé la copa que ya estaba empezada.
Me sentí lujurioso, como si lo único que me importara en el mundo fuese poseer a Atenea. Ella debe haberlo notado en mis ojos, porque inmediatamente acercó su boca a la mía, buscando un beso, y lo obtuvo.
Nos besamos de manera apasionada, tanto que me mordió en mi labio inferior y sangré.
Superado ese percance, pude notar que se relamía, la punta de su lengua recorría sus labios humectados con mi vital fluido rojo. Entonces me lo dijo:
–Ahora estamos unidos hasta el fin de los tiempos.
–Como vampiros –dije, bromeando.
–Sí, en serio. Cuando fuiste al baño, eché una gota de mi sangre en tu vino –dijo, mostrando un pequeño corte en uno de sus dedos–. Luego te lo tomaste todo, y ya sabés…
–Y después, cuando nos besamos…
–Yo te mordí, y bebí de tu sangre.
–El ritual se consumó –acoté, y una parte de mí empezaba a considerar la posibilidad de que todo fuera real.

Mientras escribo esto, ya ha pasado un tiempo desde que tuve aquel encuentro con Atenea. No puedo afirmar que me convertí en vampiro, ni siquiera sé si ella es una iniciada o sólo fue influenciada por el relato que le había contado la noche anterior en el chat.
Pero de algo estoy seguro: aunque mi labio ya cicatrizó, la vampiresa dejó en mí su marca.
Resta saber si hasta el fin de los tiempos.

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