martes, junio 16, 2015

Vampiros en El Plata

por Luciano Doti

Estamos en el año 1536 de nuestro Señor. La costa del río es un lodazal. Su color amarronado no luce ni genera un gran impacto. Para colmo, las condiciones de vida son de las más agrestes. Hay altos pajonales en la zona. Pasamos hambre. Yo no soy la excepción. Pero la mía es un hambre diferente a la de los demás. Desde que fui mordido...
Vinimos de España a la América. Atravesamos el mar Océano en nuestras carabelas y llegamos aquí. Entonces, nos encontramos con unos hombres indómitos que no aceptan ser civilizados. Y el hambre, ¡ay, el hambre! No hay nada que llevar a la boca, nada con qué engañar al estómago. Algunos han intentado cazar y comer a los caballos, los cuales son propiedad de Su Majestad; hemos tenido que ajusticiarlos, darles muerte y exhibirlos a modo de ejemplo al resto de la tropa. Pero el hambre...
Entre nosotros hay un sujeto de origen bávaro. Es extraño, suele evitar la luz del sol. Debería tener mucha hambre cuando mordió los cuerpos de los recién ajusticiados. A decir verdad, aún vivían en el momento en que sus dientes se hincaron en la carne de ellos. Lo vi comerlos; fue un espectáculo espantoso. Aunque más que comer su carne, bebía su sangre. Confesaré que yo también me sentí motivado a probar bocado de esa carne humana. Me acerqué tímidamente, y al llegar al lugar, el bávaro, borracho de su festín hematófago, me mordió; alcanzó a beber algo de mi sangre, creo.
Ahora mi hambre es diferente, no estoy tan presuroso de comer como de beber, y no precisamente agua. El agua no sacia mi sed. El hambre devino ansia.
Estoy harto de retorcerme en mi precaria morada. Hace frío y necesito beber. Así que, salgo afuera. Hay luna llena y los indios parecen habernos dado una tregua; ellos están tan famélicos como nosotros. Me acerco al lugar donde cuelgan los cuerpos de los ajusticiados; su sangre ya debe estar seca. Sin embargo, por allí anda Centurión, el que fue capitán de navíos del príncipe de Doria, luciendo su capa al reflejo del fuego. Podría beber de él, beber su sangre; tanto odio su actitud arrogante, que no sentiría ningún remordimiento. Lo ataco, hundo mi cuchillo en su cuerpo y bebo; al hacerlo sé que ya nunca podré abandonar esta acción que será un hábito hasta la última de mis noches.

Basado en "El hambre", de Manuel Mujica Láinez.

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1 Comments:

Blogger El Demiurgo de Hurlingham said...

Un ámbito propicio para vampriros-

5:47 p.m.  

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